ROBERTO MATTA: Viaje hacia la cosnciencia (3 de 5) - Carmen Hernández

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El paisaje cataclísmico. Durante sus primeros años de estadía en Nueva York, 1939-41, desarrolla los inscapes o paisajes psicológicos, hasta cristalizar en lo que sería la plataforma de su vocabulario pictórico. La composición se torna compleja por las relaciones cada vez más dinámicas entre los elementos y, esencialmente, porque se amplía el campo visual: el espacio comienza a expandirse en múltiples perspectivas que se superponen desde una visión a vuelo de pájaro, enfatizando al mismo tiempo la profundidad del mundo psíquico. Los paisajes interiores son reemplazados por paisajes cósmicos, pero se mantiene una ambivalencia entre lo exterior y lo interior. Se acentúa el gesto, la mancha, la transparencia y se hace notar la actuación cada vez más participativa de la línea generadora de energía y movimiento a través de ondas. Hay un mayor desarrollo del frotagge para crear más luminosidad e indefinición de las formas, enfatizando la interacción entre los elementos. La abstracción se pone de manifiesto en imágenes genéricas, de gran amplitud sígnica, para representar las formas cosmológicas que aluden al origen y a las características del mundo físico. El volumen se condensa en los soles o centros de energía. Domina la síntesis, a pesar de la introducción de mayor cantidad de elementos: intersecciones lineales y de planos corpóreos y virtuales, que destacan la simultaneidad en una cohesión de colorido fulgurante y dinamismo compositivo. En grandes telas aparecen los torbellinos y los volcanes como generadores de vida, simbolizando la dualidad de lo fértil y lo destructor de la fuerza vital, expresado en lo femenino y lo masculino a través del color y las formas de los flujos volcánicos; existe pues una energía que asciende y se libera, y otra que está dentro y que actúa bajo la tierra. El volcán simboliza psicológicamente las pasiones básicas, capaces de ser orientadas para cristalizar en la energía espiritual. Para Matta, en sus primeros dibujos y pinturas había algo así como “…el embrión de algo que quería nacer”. [8] Es la aventura inicial de introspección del individuo al inconsciente, al conocimiento de las fuerzas vitales que rigen nuestro pensamiento. El primer paso en este viaje es el cataclismo, la erupción, la revisión de todo lo conocido para desentrañar la verdad: el origen de lo nuevo es el cisma. Estos paisajes llaman la atención de algunos jóvenes artistas neoyorquinos (Robert Motherwell, Arshile Gorky, William Baziotes, Mark Rothko y Jackson Pollock, entre otros), porque presentan fondos automáticos, realizados por medio de la aplicación espontánea de la pintura, resultando manchas adecuadas para expresar la mayor subjetividad. La coincidencia entre lo que Matta experimenta en este período y lo que buscan expresar los neoyorquinos, coloca al artista como un verdadero guía y promotor del expresionismo abstracto, aunque los fines estéticos sean distintos. Para Matta, la mancha casual es el origen de revelación de una expresión definida y racional: “Si todo el rumor contiene desde ya un sentido, el automatismo es el método para desentrañar el orden de cada situación de desorden, y no creación de desorden, (mi conflicto con el expresionismo abstracto). Se desarregla el sentido, pero siempre para tener sentido”. [9] En 1942, desarrolla un nuevo concepto del espacio, en parte por influencia de algunas obras de Marcel Duchamp, así como por la incorporación de la idea de los Grandes Transparentes, planteada por Breton en la publicación de Prolegómenos, considerada como el Tercer Manifiesto Surrealista. El caos orgánico del magma original, que amplía la noción duchampiana de passage, se representa visualmente en un espacio múltiple, creado por una estructura lineal compuesta de planos fragmentados en numerosas perspectivas. Esta irrupción de energías y planos es la alusión al individuo y sus distintos estados de conciencia: se emplean los recursos de la perspectiva lineal, de orden racional, para representar el espacio interior, irracional. Se mantienen los centros de energía: soles opalescentes que remiten a la piedra filosofal y que simbolizan lo embrionario. El individuo nuevo que proclama Breton aparece simbolizado en elementos antropomórficos, flotantes y aislados, como huesos y vértebras. La idea de una vitrificación del ser influirá en la posterior creación de su primer personaje mítico: el vitreur (vidreador). Siguiendo aún el concepto de passage, sustituye poco a poco la necesidad de indagar en los orígenes cósmicos para profundizar en las relaciones del individuo con el entorno social y expresar los distintos estados de existencia. Para ello incorpora líneas de fuerza así como pantallas perpendiculares, transparentes y opacas, que encierran distintas situaciones y que se interconectan a través de líneas. Se simbolizan así los obstáculos de los cuales debe desprenderse el individuo para comprometerse con el mundo: luego de responsabilizarse de sí mismo debe responsabilizarse con el exterior. Estas trampas creadas con líneas de tensión y planos que se fragmentan, son las contradicciones de la realidad psíquica.

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