La Condición Natural (2 de 5)

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Motoi Yamamoto
La Condición Natural Por Fernando Diez (Summa 46)
Lo natural aparecía tradicionalmente a nuestro pensamiento como un ámbito extenso, por fuera de nosotros mismos, que nos envuelve, nos contiene y nos regula, a cuyas "leyes" (naturales) todo se somete. Nuestra misión clásica fue comprenderlo antes que modificarlo. En contraposición lo artificial conforma un universo próximo y controlado, que está enteramente determinado por nuestra voluntad. Convivimos con un concepto nacido en un pasado remoto, cuando el territorio aparecía como una continuidad infinita e inconmensurable, como una vastedad respecto de la que nuestras acciones eran insignificantes, incapaces de torcer su destino más que circunstancialmente. Todavía en el siglo XIX la visión de la naturaleza es la de algo temible y amenazante, expresada elocuentemente en las pinturas de tormentas marinas, que someten a los navíos a la caprichosa voluntad del viento y el oleaje. El siglo XX modificó sustancialmente esa visión de la naturaleza como algo ajeno, como lo otro, lo ignorado y lo incontrolable, asumiendo la transformación de la naturaleza a nuestra conveniencia, como un proceso también "natural" de nuestra misión en el mundo. Una visión que incorpora la naturaleza a nuestro mundo diario y el hombre o sus obras a cada rincón del paisaje. Pero lo curioso de esta visión, es que tal transformación no se ve como una mutilación o degradación, sino como un perfeccionamiento de la naturaleza. Así las visiones de comienzos de siglo, de la Ciudad Jardín a la Ville Radieuse pueden aceptar la regularidad planificada y aún la irregularidad planificada, no como un sustituto, sino como directa expresión de la naturaleza misma. La superficie uniforme y plana del "lawn" o la alineación perfecta de la alameda o el boulevard. En esta visión, el césped, superficie homogénea regularizada por la acción del hombre, puede ser vista como perfecta imagen de naturaleza, cuya regularidad se corresponde a la de los materiales "artificiales" también homogeneizados mediante las técnicas industriales. Todo el proceso de control sobre el mundo que establece la era industrial consistirá en gran medida en un proceso de medición, clasificación y homogeneización. Los materiales serán separados de las "impurezas", eufemismo que describe aquello inútil a los propósitos del hombre, para constituir substancias homogéneas, superficies regulares y formas "puras"; de la misma manera que los cultivos serán liberados de "malezas", o sea las plantas que el hombre cree inútiles o perjudiciales para sus propósitos. Una visión y un principio de orden comandado por las necesidades de la técnica mecánica.(1) Si máquina y naturaleza pudieron configurar el par dialéctico de una visión del mundo comandada por el sueño de control sobre nuestro propio destino, fue porque nos maravillamos midiendo el poder y la productividad de la máquina, pero no el residuo que produce al mismo tiempo. Inevitablemente ese optimismo se desplomaría a medida que tomáramos conciencia de esa faceta negativa a medida que las fuerzas liberadas por la técnica demostraran estar fuera de control. Aún después de los horrores de la Segunda Guerra, de la doctrina de la Mutua Destrucción Asegurada (conocida por la sigla en inglés MAD, que significa loco), aún después del año 86 en que simultáneamente se producen las explosiones de la central nuclear de Chernobyl y la nave espacial Challenger, que representan las hazañas del control del átomo y la técnica espacial, aún después de los desengaños sobre el mágico poder de redención de la máquina, la noción de una naturaleza infinita, benévola y protectora, perviven en la creencia general. Todavía preferimos pensar que vivimos en un mundo natural. Sin embargo, como un golpe a la inocencia y a nuestro sistema de creencias, debemos aceptar que el mundo, el planeta en que vivimos, ya no es natural. Una comprobación para muchos dolorosa, como la de un insoportable y fatal desencanto: que ya ni siquiera vivimos en un mundo parcialmente natural. Hemos llegado al fin de lo natural, al menos en uno de los sentidos que más frecuentemente le damos a esta palabra tan familiar: el de un ámbito, el de un espacio.

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