La Condición Cultural (3 de 5)

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Motoi Yamamoto
La Condición Cultural Fernando Diez (Summa 46)

Efectivamente alguna vez el mundo fue completamente natural, cuando las acciones humanas eran apenas más intensas que las de las culturas animales. Sin embargo, el pensamiento humano pronto devino en propósito y determinación, y los procesos conscientes, inteligentes del hombre, comenzaron a grabar permanentemente la superficie de la Tierra con los rasgos de su cultura acumulativa. La historia humana se caracterizó por producir transformaciones profundas, dominando el fuego, los cultivos y a las demás especies animales. Pronto, el paisaje del planeta se vio adornado con regadíos, cultivos aterrazados, pirámides, canales y la Gran Muralla china, visible desde el espacio exterior. Construimos así un mundo natural-cultural. Aunque al principio en una mayor proporción natural, fue crecientemente signado por la cultura humana, expresada en las obras de su inteligencia y determinación transformadora. Despejar la tierra de piedras y con ellas construir la cerca, sembrar las vides y obtener las uvas, es un proceso complejo cuyo resultado no puede llamarse artificial. Pues si bien las vides son el resultado de una selección milenaria y el viñedo es una construcción humana, todo el conjunto y su producto, están ligados también a los procesos de la vida. Se trata de una relación de acomodación al sitio y conducción de las fuerzas naturales articulado por la oportunidad que se expresa inigualablemente en el cultivo. La agricultura ejemplifica esta relación a la que se asimila también la transformación del medio, la construcción, la arquitectura. La transformación del suelo en ladrillos, del bosque en viga y techumbre. A esta condición cultural corresponden también la lengua y la ciudad. Como el cultivo, no son solamente el producto de un plan o una determinación, son más bien una manifestación, el epifenómeno de la vida humana. Pero la acción del hombre no genera solamente las maravillas que desarrolla como parte de esa construcción cultural y ambiental, también produce residuos involuntarios, los subproductos indeseados que genéricamente denominamos basura. Por largo tiempo estos fueron simplemente neutralizados por el poder de dilución de las enormes vastedades terráqueas. Repentinamente descubrimos que la capacidad de dilución del planeta se ha agotado, que los subproductos indeseados de la actividad humana ya no desaparecen en la inmensidad de océanos y cielos que parecían infinitos, sino que reaparecen en la forma dañina de la salinización de los suelos, la contaminación de los aguas o mutaciones repentinas. Hemos llegado al punto en que los residuos de la actividad humana producen efectos inevitablemente globales. Ya antes el hombre había extinguido especies completas, pero nunca como ahora los residuos de su actividad industrial fueron capaces de afectar los océanos, la atmósfera y el clima del planeta entero. En este sentido, el mundo natural es cosa de un pasado ya casi remoto. Incluso el mundo natural-cultural que le siguió ha dejado de existir. Hasta el último rincón de la Tierra esta siendo afectado por la violenta explosión energética que desata nuestra actividad diaria.

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