Valcheta - María Benicia Costa Paz

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VALCHETA

María Benicia Costa Paz

“La desapariciones inexplicables… Los cataclismos que ahogan y carbonizan…” René Char

En un antiguo cauce de río,

horadado por los tiempos

estalla un encuentro violento,

Entre indios y soldados.

La noche se insinúa con reservas, avanza inescrutable, preñada de recuerdos:

historias de crueldades y de muerte,

brasas que ciegan la memoria.

A lo lejos, polvareda de espectros

se aproxima en cadencia sospechosa.

Negrura muda de fantasmas imprecisos

Que aparecen, embozados en tinieblas.

Resuenan los cascos impetuosos

Anunciando, en las piedras, lo terrible.

Bestias, de miedo enardecidas,

el odio feroz las atraviesa.

El griterío acorrala majadas de miedo.

Siluetas sombreadas huyen

de las garras filosas de soldados,

en acciones de muerte, ensañados.

Presas de terror, pasan mujeres y niños; claman por una justicia inexistente; ¡Los sin tierra de gesto congelado Por la tiniebla voraz, despedazados

Una y otra vez, vuelve la chusma

con ojos espantados, envueltos

en mortajas de lamentos. Se arrastran

como pueden; ensordecidos

por el eco agónico de esas huellas.

De la última hora, presagio claro

con marcas de sangre en cada hachazo

manchando las horas transcurridas.

Se trata de apurarlos, de golpearlos,

De hacer que se quejen con fuerza desmedida.

El páramo cómplice, absorto y mudo,

permite que este horror visceral quede impune.

Los pasos quejosos no dan más;

Siguen llorando y suplicando

Hasta quedar rígidos de muerte compelida en los pliegues cobardes del arenal maldito.

La lóbrega noche tejerá un ataúd,

(Olvidando infames registros oficiales), en la oscilante frontera del desierto.

De eso se trata, de borrarlos para siempre

a los sin voz, a los que no cuentan:

invisibles espectros que me acosan.

A pesar de relatos que los niegan

mediante la copa embriagante del olvido.

En anocheceres oscuros todavía pasan

trashumantes del desierto, almas en pena, cuyos suspiros y gemidos empañan los espejos de la estepa, deslucidos.

Restos de esas vidas desgajadas

cuelgan aún, tibios, de las alambradas, anidan inermes y olvidados dentro de coirones temblorosos.

La niebla deja velos de tristeza en los valles, que flotan entre blancos grises y azulados.

Una y otra vez los matan en los descampados provocando una muda romería de ultratumba.

Todavía emana un espejismo de huesos

que, blancos, afloran de la arena,

mientras llueven memorias, quedamente.

El exterminio se confunde en la locura.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

María Be...
qué impresionantes imágenes.
Estoy encontrando sentimientos de ese tipo en el libro "Inés del Alma mía", el hecho de hacerse adicto a la violencia, a veces a pesar de tener convicciones "altruistas" es muy loco.
Matar en nombre de, matar por, matar para, siempre anteponiendo algo que "justifica" la atrocidad cometida.
Todo un poema lo suyo... qué la parió...
Nancy

mirta eberhardt dijo...

Nancy: gracias por comentar. Cuánto más rico es el texto al sumar las miradas!!!!
Somos tan misteriosos los humanos.¿Somos?
Un abrazo
Mirta