Agustín Argibay Molina

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Agustín Argibay Molina

El Paciente

(cuento)

Estoy muerta. Me pasé todo el fin de semana bailando. El viernes, directamente, no dormimos. El sábado, en cambio, todo el día juntos, en la cama. Una maravilla. A la noche, otra vez al boliche. Me encanta bailar, el ritmo me penetra, no me lo puedo sacar de encima así nomás.

No se asusten si hoy me ven bailando sola, son los recuerdos de aquellos momentos bárbaros, divinos. Tengo ganas de gritar de alegría. Estoy tan feliz que soy capaz de levantarle el ánimo a cualquiera, incluso a ustedes dos, amargos, y a quienquiera otro que se presente y tenga el espíritu por el suelo.

Vamos, arriba chicos, hay que empezar a trabajar. Hoy es lunes, a este día lo deberían eliminar del almanaque para siempre. La semana debería empezar los martes y terminar los jueves. Eso, ya van a ver, se va a lograr con el progreso.

Uy, ya llegó el primero. Viene por una tomografía computada de cerebro, tórax y abdomen. Es un hombre de sesenta y tres años. Tiene mal pronóstico. Ya le dije que se desvista, que se ponga la bata y que espere ahí hasta que lo llamemos. Está muy asustado.

“Tranquilo, no le va a pasar nada, lo único doloroso es la inyección de yodo, pero cuando le hagamos eso, le vamos a avisar. Va a sentir mucho calor, casi como si se estuviese quemando, sobretodo en la nuca y en la cola, pero todo bien, es cosa de unos pocos minutos.”

“Mirá, me dan ganas de irme de acá, en cualquier momento”.

Uy, sonamos, creo que se me desmayó. Vengan a ver, parece que delira, habla solo. A ver, a ver, está protestando contra los médicos. Escuchen, dice que su enfermedad empezó cuando inició su recorrido por consultorios y laboratorios; un calvario. Atiendan, silencio, está diciendo que, finalmente, lo vamos a matar. Sin intención, por supuesto, pero por descuido, porque no nos importa, porque los consideramos un número y lo que realmente nos motiva es el dinero.

Por favor, absoluto silencio, ahora dice que está muerto. Que siente cierta alegría y gratitud hacia nuestro grupo por haberlo matado en forma repentina, evitándole todo sufrimiento, al darle yodo en exceso.

Sigan escuchando, ahora está hablando de su familia, de su mujer; dice que ella ya no va a tener a quien protestar y recriminar. Y que le va a ser difícil encontrar otro con quien reírse. Que las luces de su casa no se van a apagar más y que su ausencia no va a provocar ningún ahorro en la cuenta del teléfono. Pero que va a extrañar el calor de su compañía. Que sus hijos lo van echar de menos, pero que su muerte los convertiráa automáticamente, en seres humanos independientes. Un accidente que los fortalecerá.

Siente culpa por muchos de sus actos y por cosas importantes que ha dejado de hacer por indolencia o cobardía.

Si volviera a nacer, está diciendo, sería mucho más afectuoso y demostrativo con todos, especialmente con su mujer y sus hijos.

Ay, gritó, perdí mucho tiempo. Lamenta, también, no haberse podido despedir de sus queridísimos nietos, que son un regalo recibido, que en estos pocos años solo le han dado enormes alegrías.

Me estoy empezando a preocupar en serio, no despierta. Vayan ustedes a avisarle al director, que yo voy a buscar al cardiólogo.

¿Pero como que no está? Pero si hasta hace dos minutos estaba ahí, desmayado, en la camilla, parecía muerto. ¿Quien lo dejó salir? ¿Alguien lo vio?

Está bien, se fugó, pero ¿llegó a firmar los cupones para la obra social?

¿Si? Ah bueno!

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