PETER SLOTERDIJK ¿DÓNDE ESTAMOS, CUANDO ESCUCHAMOS MÚSICA? Adolfo Vásquez Rocca (Chile)

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Este trabajo se propone un análisis de las transformaciones contemporáneas de la idea de música. De su condición inarmónica en su vertiente experimental contemporánea, así como del cruce de discursos y disciplinas que intentan dar cuenta del alcance estético, sociológico y terapeútico de aquellas transformaciones, las que, como se mostrará, nutren el debate filosófico. Finalmente, a la luz del pensamiento del filósofo alemán Peter Sloterdijk, se esbozará una lectura del mundo como sistema polifónico de sonidos y una analogía entre la música y la vida humana.

Fuente (texto completo) : http://www.konvergencias.net/musicaps.htm

[...]¿Dónde estamos, cuando escuchamos música?

La música que atesoramos, que nos habita de manera indispensable, provoca un ahondamiento, una receptividad hacia emociones que de otro modo nos serían desconocidas. Los intentos de desarrollar una psicología, una neurología y una fisiología de la influencia de la música sobre el cuerpo y la mente se remontan a Pitágoras y la magia terapeútica, pasando por Schopenhauer y Nietszche, hasta llegar a Sloterdijk, quien plantea como basamento de este interrogar, como pregunta estrictamente filosófica, exploratoria de la experiencia músical: ¿dónde estamos, cuando escuchamos música? A la que podriamos añadir ¿a dónde nos dirigimos cuando escuchamos música? O, mejor aún, ¿hacia dónde somos conducidos?

La música puede invadir y sensibilizar la psique humana ejerciendo una especie de secuestro del ánimo, con una fuerza de penetración y extasis, tal vez sólo comparable a la de los narcóticos o a la del trance referido por los chamanes, los místicos y los santos. No es casual que la palabra alemana Stimmung signifique “humor” y “estado de ánimo”, pero también comporte la idea de “voz” y “sintonía”. Somos “sintonizados” por la música que se apodera de nosotros (xvi).

La música puede transmutarnos, puede volvernos locos a la vez que puede curarnos. La importancia de la música en los estados de anormalidad del ánimo es un hecho reconocido incluso en el relato bíblico donde David toca para Saúl (xvii). Las estructuras tonales que llamamos 'música' tienen una estrecha relación con las formas de sentimiento humano –formas de crecimiento y atenuación, de fluidez y ordenamiento, conflicto y resolución, rapidez, arresto, terrible excitación, calma o lapsos de ensoñación– quizás ni gozo ni pensar, sino el patetismo de uno u otro y ambos, la grandeza y la brevedad y el fluir eterno de todo lo vitalmente sentido. Tal es el patrón, o 'forma lógica', de la sensibilidad, y el patrón de la música es esa misma forma elaborada a través de sonidos y silencios. La música es así “una analogía tonal de la vida emotiva” (xviii).

La música es el arte de la personificación, de la escenificación de las emociones. La música cumple una función política y religiosa, incluso “sagrada”, de cohesión del cuerpo social; los himnos han equilibrado la nostalgia, han acallado el estupor e incluso enjugado lágrimas, evitando la disolución de los sujetos y contribuyendo a la conservación de lo humano en un solo cuerpo tonal. Así, en las edades, en la sucesión histórica, en el progresivo deterioro de las sociedades, en las épocas de fátiga y devastación, en los tiempos de asolamiento, de la caída de imperios y la irrupción de las hordas, cuando los tiempos amenazaban hacerse demasiado sonoros, allí irrumpia el genio, el músico que insertaba, contra el positivismo de orquesta y la obstinación de los compositores, recogimiento, silencio y secreto. Restaurando la armonía global.

  • El olvido del ser desde todos los altavoces.

¿Dónde estamos cuando escuchamos música? La presencia no tiene por qué ser algo que demos por supuesto. El hombre, como señala Sloterdijk, es más bien "el metafísico animal de la ausencia".

La presencia se refiere a estar en el mundo y estar en el mundo de los sentidos. Pero para poder apreciarla es necesario haberse ausentado antes. Es como la vuelta a la naturaleza o a la vida en el campo. No es apreciada o sentida como tal hasta que es "regreso". Podría ser la presencia como el darse cuenta del mundo exterior sin pantallas intermedias. ¿Hay quién soporte eso de forma continuada? Peter Sloterdijk habla de "la autoexperiencia pánica del acto de presencia".

Y la ausencia sería como darse cuenta del mundo interior, igualmente sin interferencias de una capa intermedia, como si esa zona de fantasías, anticipaciones, deseos, etc., interviniera para mitigar la intensidad de la presencia o de la ausencia. Casi sería posible pensar en la evolución del hombre occidental como la historia de su alejamiento del mundo externo y del mundo interno a través de la inflación de esa capa intermedia. Esto reconocería a esa capa intermedia una función (que ha permitido el desarrollo tecnológico y científico así como el arte, la literatura, la música...), al igual que los mecanismos neuróticos han tenido originariamente una función adaptativa.

En el momento actual se da una gran contradicción. No existen ritos de ausencia validados (xix)-como la práctica de subirse a una columna y permanecer ascéticamente allí y, al mismo tiempo, existe mucha mayor ausencia de uno mismo en la vida cotidiana. ¿Cómo estar comiendo y viendo la televisión al tiempo, por ejemplo, con imágenes de cadáveres desmembrados? No es extraño, por tanto, que la disociación sea, en sus diferentes manifestaciones, una patología en auge.

Algo muy distinto de nuestra experiencia actual. ¿Cómo soportamos una continua y forzada presencia en el mundo? En un mundo que aparece como exigencia y demanda permanente. Tal vez con drogas, alcohol o música. Con la musicalización mediática de la que habla Sloterdijk cuando anuncia el "olvido del ser desde todos los altavoces" (xx).

Aún en el máximo contacto se puede tener una gran dosis de ausencia, como la soledad de las grandes ciudades. Nos encerramos dentro de una campana sonora específicamente humana: devenimos miembros de una secta acústica. Vivimos en nuestro ruido y, desde siempre, el ruido común ha sido la realidad constitutiva del grupo humano. Hoy, por primera vez en la historia, los humanos estamos rodeados de aislantes acústicos. En otras palabras, el habitante de cada departamento decide qué oirá o escuchará. Es una de las grandes realidades de nuestra época.

Las drogas ofrecen una descripción de lo que sucede con la polaridad presencia-ausencia: cada uno de los extremos de la polaridad contiene al otro. Las drogas se utilizan en muchas culturas para intensificar la presencia. Una utilización incompatible con la adicción. De un conjuro de un festín nórdico recoge Sloterdijk un relato con una "bebida que tenía un hondo propósito".... "los hombres se saturan de fuerza"... "el tiempo se dilata de manera insoportable"...Pero nuestras drogas actuales (el alcohol, los alucinógenos), nos sirven sobre todo para escaparnos de nosotros mismos, para ausentarnos (xxi).

  • Las metáforas auditivas en la filosofía; Heidegger y Sloterdijk

Hablar de un espacio musical sólo tiene pleno sentido cuando hay límites de lo musical. Si todo lo que es audible se designa, en algún sentido, como musical, desaparece el límite de lo musical frente a lo no-musical.

De este modo cabe preguntarse qué es el espacio musical, cómo se entra en él, cómo certifica uno su estancia en él y cómo se abandona cuando se entra en lo no-musical. Sólo sería posible una respuesta, si lo musical, en toda su extensión, se pudiera reducir a una experiencia básica inconfundible que, al modo de un axioma o un cogito sonoro, suministrara el fundamento indubitable de la experiencia musical. Para ello, para dar con una certeza cartesiana, por qué no recurrir al método de la duda hiperbólica del propio Descartes, repitiendo el experimento de reflexión cartesiana a fin de indagar un aspecto psicoacústico que, hasta ahora, ha sido inadvertido, y que revela cómo el ejercicio de abstracción cartesiano está centrado en una mácula sorda. (xxii)

Siguiendo a Descartes en su delirio de duda lo observamos en su intento de avanzar hasta una autopresencia donde quiere adquirir un Yo falto de mundo y absolutamente seguro de sí, sin sentimiento corpóreo, sin órganos y sin mundo exterior, como impertubable fundamento de la verdad.

El Yo del ejercicio cartesiano se concibe como resto irreductible que se salva una vez que se ha abstraído todo lo abstraíble. El cartesiano enunciado original 'cogito, sum' se puede volver a formular, esta vez en vistas a la indagación por el principio fundante de lo músical: abstraigo el mundo y, con eso, me adquiero a mí mismo. O: al extraer de mi representación todo contenido; lo que resta soy “yo” con definitiva certeza, es decir, el principio fáctico de la vida imaginativa.

El pensador cree que él es indudable, en cuanto y en tanto piensa. Pero no se da cuenta que su 'llegar a sí' depende de su 'escucharse a sí'. No tiene presente, que sólo por eso puede estar seguro de sí mismo y de su pensamiento, porque hay un escucharse que precede a su “pensarse”. Se queda absorto en el contenido del pensamiento, sin reparar nunca en que su yo-pienso-existo, en verdad, significa un yo-escucho-algo-en-mí-hablar-de-mí- (xxiii). Si esto se percibe, el sentido del cogito se altera de raíz. El mínimo sonido interior de la voz del pensamiento, si es escuchado y, con ello, hecho íntimo, es la primera y única certeza que puedo adquirir en mi autoexperimento.

El escucharse parece ser el fundamento de toda intimidad, y por tanto lo determinante del espacio propiamente humano.

Probablemente por esto –en los últimos años– el oido ha pasado a ser tema de interés filosófico. Antes, la filosofía occidental de la luz y de la vista tuvo, en sus esclarecidos días entre Platón y Hegel, una relación más bien desdeñosa con la realidad del oído.

Según su rasgo básico, la metafísica occidental era una ontología ocular que tenía su origen en la sistematización de una vista exterior e interior. El sujeto del pensar aparecía como un vidente que no sólo veía cosas e imágenes ideales, sino, a la postre, también a sí mismo como alma que ve –una manifestación local de energía visora absoluta–. Se podría describir, como lo hace Sloterdijk (xxiv) a los miembros de la cofradía filosófica como visionarios argumentadores. Se había privilegiado la concepción de la filosofía como un proceso que termina en la visión, theoría, en el ver. Estas metáforas visuales contrastan con las metáforas auditivas, preferidas por Heidegger. Lo auditivo, la resonancia de las palabras primigenias, las fundadoras del ser, las depositarias de los mitos fundacionales de un linaje, de una familia y más tarde de un pueblo, son las únicas capaces de revelarnos el origen y la esencia en cuya pérdida andamos arrojados en una existencia que nos vela su manifestación. Las metáforas auditivas aluden a una voz desde lejos, desde la noche de los tiempos. El prejuicio occidental en favor del ojo en desmedro del oído ya no ensordece a todos los participantes en el foro sobre lo que los griegos llamaban las grandes cosas.

Fuente (texto completo) : http://www.konvergencias.net/musicaps.htm

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