La mirada geográfica - Pedro Mairal

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Me llamo Douglas Whalen, soy hijo de Roger Whalen, un agrimensor inglés que se estableció en Puerto Pirámide en 1917. La gente de aquí me conoce como "el cartógrafo". Muchos se preguntan como logré, sin haber subido jamás a un avión, hacer mapas de la Península tan perfectos que se equiparan a los mapas satelitales de hoy en día. Ahora que ya estoy viejo puedo contarlo sin que me tomen por un loco. La demencia senil, a mi edad, es algo común. Una mañana de 1938, simplemente sucedió. Yo estaba haciendo mediciones en una playa rocosa a unos kilómetros del pueblo.
Con todos los números ya calculados en mi mente, cerré los ojos tratando de imaginar como se vería desde el aire el dibujo de la costa. Sentí que me caía y abrí los ojos para recuperar el equilibrio.Entonces me di cuenta que estaba despegándome del suelo. Mis pies se estaba separando de mi sombra que se achicaba, sola, en la tierra, a medida que yo seguí subiendo. Pegué uno manotazos en el aire, grité, pero fue en vano porque seguí cayendo hacia arriba. Vi la línea de la playa como el borde de mis mapas. Tuve vértigo, un vértigo azul y prolongado. Estiré los brazos. El viento estaba cada vez más frío. Pensé que si caía hasta el fondo del cielo podía morirme.Intenté desviarme y lo logré. Noté que si pensaba en detenerme, en cambiar de dirección, lo conseguía. De ese modo, logré dejar caer y pude flotar, moverme a voluntad por el aire. Vi la tierra desde la altura, los ríos como venas, las formaciones rocosas como cicatrices, los caminos humanos como senderos de hormigas. Al ver toda la línea de la costa, me pareció que los distintos tramos que ya había dibujado se armaban como las piezas de un rompecabezas. Descubrí desde el aire, las bahías escondidas, los perfiles secretos de la orilla, las poblaciones mínimas, la dispersión de los guanacos en la planicie amarilla. Después volví a la playa de donde había salido, pude bajar y reunirme con mi sombra. Durante siete años cultivé mi capacidad de levitar. Nunca se lo dije a nadie y creo que nadie me vio. Llegué a conocer la Península como mi propia cara, con sus arrugas, sus pliegues, sus huesos, sus texturas. Hice mapas minuciosos, exactos. Hacia 1945 perdí mi capacidad de volar y nunca más pude volver a hacerlo. Fue como perder la fe. .

1 comentario:

Nancy dijo...

Para Douglas fue como perder la fé, pero a mí me hizo creer en lo que dice.
Maravilloso!