El diablo retrocede

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Hay quienes ven como demoníaca la posibilidad de una guerra nuclear. Hay quienes presumen hablar del infierno cuando describen las celdas donde los hombres humillan a los hombres o cuando evocan atrocidades del campo de batalla.

Hay quienes acusan a Lucifer de promover las catástrofes que exterminan ríos, especies, y paisajes, o embrutecen a sus semejantes mediante vergüenzas extremas como la esclavitud o la mentira.

¿Qué interés puedo tener yo, el Diablo, en todo esto?

No hay allí nada auténticamente demoníaco. Un desenlace atómico pondría fin al dolor. La guerra se funda en la exclusión de la duda. Para cometer injusticia es necesario haberse sobrepuesto al acoso de la autocrítica.

A nadie más que a mí le resultan aterradores los extremos irreversibles, y todos éstos lo son. Una cosa es la inminencia del desastre; otra, su consumación. El infierno no crece sobre el suelo de las definiciones sino bajo la sombra angustiante que proyecta su cercanía. La idea de Apocalipsis – fin de todo lo virtual- es bíblica y no luciferiana.

Mi dominio, mi reino cabal, el escenario por antonomasia de lo diabólico es el de la duda y la incertidumbre. Impero en la ambigüedad: me nutro de vacilaciones, los claroscuros, las angustias de lo equívoco. Mi periodo artístico dilecto no puede ser sino el manierista. Leonardo, Rafael, son pintores de Dios. Rembrandt, Caravaggio, El Greco incluso están a mi servicio.

Si anhelé que el hombre fuese hecho a mi imagen y semejanza fue porque lo soñé meditativo, sutil, oscilante siempre hipotético en todo. Mi excomunión de los cielos no fue sino anticipatorio de la del hombre expulsado de su fe en lo contradictorio y ambivalente.

Ya es hora – ¡lo es hace ya tanto!- de que se me conozca por lo que hago y no por lo que mis enemigos me atribuyen. Son los hombres quienes me detestan y temen es cierto. Pero no por lo que pretendo de ellos, lo cual – hasta algún punto- sería comprensible. Me repudian por un grosero error, responsabilizándome por lo que nada tiene que ver conmigo.

Y no hay peor descrédito para un dios que el hecho de que se lo confunda con otro.

¿Cuándo se entenderá que el mal, visto como tragedia consumada, no me interesa? Donde el mal, así caracterizado, sobreviene, irrumpen tarde o temprano el consuelo o el olvido.

A mi sólo me importa la demorada agonía de la duda.

La mayoría de los hombres, para desgracia de mi credo, no son víctimas mías. Algunos hubo que me oyeron y sus víctimas estuvieron a mi servicio, al menos en momentos decisivos: Moisés, durante las horas soportadas en lo alto del Sinaí; Sócrates, cuando sabiéndose ya elegido por el oráculo, vacilaba aún en interrogar a sus conciudadanos; Jesús, en el instante supremo en que, crucificado, cuestionó la conducta de su Padre.

Mi reino es el equívoco; mi fuerte, la ambigüedad. Soy el reino de los reales pensadores; señor de físicos y poetas.

Nunca el reverenciado por los idólatras del sentido común; jamás el escuchado por creyentes y adivinos ni el inspirador de los ciegos voceros de la lógica formal y el autoritarismo.

Quienes se estiman dueños de saber me niegan. Me niegan los ignorantes, que creen posible poner fin al conflicto. Por eso, y a la inversa, me reverencian los vacilantes; los que de pronto se sienten inseguros y caen en el remolino fecundo y fecundante del cuestionamiento sin pausa.

Bien sé yo que mi causa está perdida. Casi todos los hombres se han liberado de mi mensaje. El dogmatismo, la indiferencia o la incultura propios de un mundo despersonalizado los han puesto a salvo de la duda y, por lo tanto, de la inteligencia. Pero es artificio de Dios el atribuirme aspiraciones de las que siempre carecí, tales como fundar y expandir el reino definitivo del mal.

¿Cómo decir de una vez por todas que no me importan las situaciones consumadas? ¿Cómo explicar que la pasión por el mal es, en mí, pasión por su incesante pugna con y contra el bien?

Mi fervor por el dolor no es otra cosa que ardiente apología de lo inconcluso y es deseo inagotable; nunca exaltación del goce de extremarlos a favor del hecha acabado o la posesión efectiva de lo que se anhela. Postulo la llama, no la ceniza. Reivindico lo gerundial, nunca los tiempos absolutos. Es de Dios el reino de la eternidad. El mío pudo ser el del Constante Fluir y sólo a él aspiré.

No negaré que el hombre probó del árbol a instancias mías. Sólo si sabía sería capaz de dudar, y quise que supiera.

Sólo si sabía habría de desear, y quise que deseara. Lo soñé comulgado con la pasión; enamorado del insaciable afán de trascendencia y no de lo trascendente como tal.

Olvidé – y pagué caro por ello- que si pude darle de saber por vez primera fue porque antes no supo, y que ese pretérito no saber latía en el hombre con la fuerza de un llamado; de una convocatoria visceral de retorno al sueño, a la quietud incolora de lo apacible, a la indigencia del olvido.

Más que el saber amó el hombre al dogma. Porque en el cumplimiento del dogma se sueña otra vez apaciguado y perfecto. A imagen y semejanza de Aquél, que lo creó para que no viviera, porque vivir es estar excomulgado – como yo lo estoy- de la plenitud satisfecha.

De la imperiosa necesidad del dogma nace luego, en su defensa ciega, la arbitrariedad y, con ésta, la cadena sin fin de los justificativos y las perversiones que encubren y promueven todas las violencias.

El mal que yo reivindico – si puede llamárselo mal- no consiste en consumar el pecado sino en alimentar el idilio con su acechanza perpetua. Y para que este idilio florezca tal como yo invoco, es indispensable que, a la vez, al pecado se lo combata. No quiero el derrumbe del bien, quiero el temblor perpetuo de su fragilidad. No quiero el triunfo del mal; quiero la inminencia nunca consumada de su realización más perfecta.

Mi siempre exangüe reinado toca ahora a su fin. Me condena el más que difundido fervor por lo inequívoco.

Pero que conste lo que ya he dicho: jamás aspiré a la extinción del bien. Mi única ambición ha sido combatirlo, no exterminarlo. Sé perfectamente que de su sobrevivencia constantemente renovada depende la del mal. Pero asistimos al alba de una época en la que el bien ha sido aniquilado: ya no es meta para nadie y, por lo tanto, el mal ha dejado de ser una amenaza. Derrotados ambos, ahora sólo cabe hablar del vencedor: el dogma que todo lo congela; la irreparable enfermedad del autoritarismo.

Santiago Kovadloff (1985)

3 comentarios:

Rodrigo dijo...

Alto Barri, aunque influya todo lo que dice, se nota que teniendo el odio y el mal en la sangre y siendo inteligente(atributo que te dá Dios para probarte y que te equivoques Y APRENDAS)es notorio que este sujeto a pesar de tener capacidad tiene varios problemas:
1) De identidad: Habla como el Diablo en 1era persona.
2) De convencimiento: Siendo un extraordinario zoofista y conociendo el mal, tiene la habilidad de hacer lo mismo que le hicieron(convencer a los hipócritas como él que el diablito es bueno).
3) Carece de razón, no conoce a Dios y sí al Diablo: Y suponiendo que conozca a Dios, se merece un adjetivo que creo que no le agrade..."Ignorante". Muy capacitado para justificar el mal y no exaltar el bien... quién te dijo que teníamos que aprender? Eso lo elejimos todos, porque somos ignorantes(menos que vos claro)pero a pesar de todo queremos cambiar, porque SENTIMOS que estamos errados.Viviendo con Dios aprendés todo, porque el es TODO, señor filósofo de las cavernas ¬¬.
Y la lista sería infinita, pero creo que es en vano hacer cambiar al DIABLO no?
Gracias por dejarme expresar mediante el texto, que Dios los bendiga.

Anónimo dijo...

Como bien leí en el comentario de Rodrigo, creo que en este texto abunda una hipocresía moral enorme.
Todos sabemos que la figura del diablo representa el mal, empero no esa imagen popular de Satanas con cola, con el tirdente y con mucho de fuego de fondo. El diablo bien claro está que se nos presentará como algo aparentemente bueno ante nuestra vista finita, y hasta quizas se nos podría presentar como el mismo Jesucristo.
Gran retórica la de Kovadlof. De todas maneras se puede advertir en su mensaje como le atribuye el mal a Dios, asociandolo directamente con los regimes totalitarios. A todo esto yo me pregunto: ¿ Cómo hace una persona con estos pensamientos para discernir lo bueno de lo malo? Si para él no hay verdad absoluta ( El mensaje de Dios expresado en los Santos evangelios)¿ A partir de donde se funda la moral?
Es cierto que desde la duda surge la filosofía, pero hay una verdad absoluta, la cual no es discutible ni negociable. Un hombre que dice ser totalmente antidogmático jamás podría sostener de manera innegociable y hasta las últimas consecuencias sus sentimientos ni sus ideas.
La religión nos marca el bien y el mal,y a partir de allí cada hombre puede encaminar sus acciones. Pero lo importante es que tenga en claro estos dos conceptos, porque cuando se hace de la verdad algo relativo no hay norma ni regla que valga para asegurar la convivencia y en definitiva el bien común terrenal y Sobrenatural.
Kovadloff claramente relativiza estos valores, y no me sorprendería que en realidad a partir de allí surjan grandes gobiernos totalitarios sin apreciacion de lo bello imponiendo sus supuestas verdades y guiandose por su propia moral ( en la cual enajenen a Dios de la vida del hombre), la cual podría avalar el asesinato en masa, la represión constante, y la persecusión a la Cruz. En definitiva es lo que ocurre hoy en día, solo que con una gruesa cortina que lo tapa.
El diablo es la duda maligna, en la cual con nuestros atriburos dados desde lo alto ( inteligencia,fe, audacia,conocimiento etc. etc. ) debemos combatir... Y no como dice Kovadloff pregonarla.
Sigamos el ejemplo de los santos y de los mártires que entregando su vida como acto de servicio a Dios nos dan a partir de su ejemplo una visión del coraje y del buen camino.
VIVA CRISTO REY!!

Anónimo dijo...

bueno lo que aca el texto dice, no es tan literal querido rodri, que parece que te comiste dos biblias. cuando habla de diablo siempre se asocia con males de la sociedad actual, pero que para el autor el diablo no es toda catastrofe. el diablo dice que su reino cabal, su dominio es el de la duda y la incertidumbre ya que nos deja inquietos, u no nos permite responder a las realidades. al diablo solo le importa la demorada agonia de la DUDA, la angustia de la vacilacion, que es borrada a partir del consuelo y el olvido, por que impide que llegue al objetivo del diablo, tanto el consuelo como la duda que se atrubuye al diablo, ambos son infiernos. el dogmatismo (religiones por ejemplo, la indiferencia a la incultura propia de un mundo despersonalizado, los han puesto a salvo de la duda, y por lo tanto, de la inteligencia.
la gente que acepta los dogmas como vos, no dudan, por eso no pertenecen al reino del infierno, es decir la DUDA. el diablo retrocede por que la inteligencia es lograda por la duda y esta actualkmente se encuentra tapada or los dofmas,
actualmente el hombre prefiere amar los dofmas que vivir con la duda. el reinado del diablo llega a su fin y la prueba a partir de las tres manifestaciones del dogmatismo que definen el penoso perfil del siglo veinte. las dictaduras militares, el terrorismo internacional, el aliento ya cercano de la hecatombe nuclear.
el diablo no aspira a la extinciaon del bien, sino que su unica ambicion ha sido combatirlo (no exterminarla). el dogma que todo lo congela, la irreparable enfermedad del autoritarismo, en el vercedor entre el bien y el mal. saludos, espero qe te sirva leer las cosas dos veces. byee