"El silencio, tan profundo, tan perfecto, era siempre muy agradable. Allí no había insectos; el único ruido era un débil gorjeo de alarma emitido por un pajarillo de una especie semejante a la ratona, el que se oía muy de vez en cuando. Y mientras cabalgaba, sólo el golpe sordo de los cascos del caballo, el choque de alguna rama contra mis botas y el jadeo del perro, interrumpían la tranquilidad. Cuando por fin llegaba y me sentaba, me parecía un alivio librarme también de esos ruidos, porque a los pocos minutos el perro se echaba a dormir y ya no se oía nada, ni una hoja que se moviera. Porque, a menos que el viento sople fuerte, las pequeñas hojas rígidas no se agitan ni susurran y los arbustos están tan quietos que parecen esculpidos en piedra.
Un día, mientras escuchaba el silencio, se me ocurrió preguntarme qué efecto produciría un grito fuerte. Lo juzgué en ese momento una ridícula sugestión de la fantasía, “un pensamiento desordenado” que casi me hizo estremecer, y traté de desecharlo en seguida de mi mente. Pero durante esos días solitarios eran muy raras las ideas que cruzaban por mi espíritu; cada vez veía menos animales y eran más escasos los cantos de los pájaros que llegaban a mi oído. En ese nuevo estado de ánimo era imposible pensar. Además, siempre lo había hecho más libremente sobre el caballo; en las pampas, aun en los lugares más solitarios, mi mente se activaba mucho más cuando avanzaba al galope. Es indudable que esto llegó a convertirse en una costumbre; pero ahora, montado en un caballo, me sentía incapaz de reflexionar: mi mente, que era antes una máquina de pensar, se había transformado repentinamente en una máquina para un fin desconocido. Para pensar, me parecía que necesitaba poner en movimiento todo un ruidoso engranaje en mi cerebro, y había algo allí que me ordenaba no moverlo, por lo que me veía obligado a permanecer inactivo. Sólo estaba en suspenso..." .
Piensen en un hombre que está inactivo. Detenido. Rodeado por el silencio y la vastedad de la estepa patagónica. Un hombre que sólo estaba en suspenso y atendía.
Y prosigue el naturalista poeta:
"Sin embargo, no esperaba encontrar ninguna aventura y me sentía tan libre de temores como me siento ahora, en una habitación de Londres. El cambio producido en mí era tan grande y maravi1loso que me parecía haber convertido mi identidad en la de otro hombre o animal; pero en aquellos momentos no me hallaba capacitado para meditar sobre él. Ese estado no me resultaba extraño, sino más bien familiar, y aunque se encontraba acompañado por un poderoso sentimiento de júbilo, no lo advertí; no me di cuenta de que algo se había interpuesto entre mi persona y mi inteligencia, hasta que lo perdí, volviendo a mi primitivo yo pensante y a la antigua e insípida existencia. " . Ahora , ¿qué es lo que acontece entonces en esta experiencia ? Cuando se encuentra con el paisaje patagónico, Hudson fue inesperado protagonista de una experiencia de transformación antropológica. ¿Cuál es esta transformación? Es la que se da entre la antigua identidad del hombre civilizado Hudson y una nueva e inesperada identidad que aflora en él. ¿Cuál es la antigua identidad? A pesar de toda su sensibilidad poética, Hudson no deja de ser un hombre occidental, racional, un hombre vinculado a la idea de que lo humano se vincula con el yo, con lo invariable de nuestro yo personal. Cada uno de nosotros hemos sido educados para suponer que somos un yo diferente de otros "yoes" y diferentes de los "yoes" del mundo animal. Mi yo es único, intransferible, nunca se puede convertir en otra cosa, nunca se puede convertir en la identidad de otro ser humano o de otro animal. Esta idea del yo invariable en la cual hemos sido formados, es lo que se pierde en el encuentro con el paisaje. Pasamos de una identidad rígida, individual, única, a una identidad que adquiere así el poder de la metamorfosis. Esta es una identidad que puede metamorfosearse y convertirse en otra cosa. Fluidez del devenir. Si la realidad es devenir, el hombre vive lo real cuando puede fusionarse con ese devenir. El hombre que sólo vive en un yo rígido que nunca cambia, que siempre es prisionero de los recuerdos del pasado que lo obligan a repetirse, está fuera de este devenir. Ese hombre es la estática sin vida de la piedra. Es el yo estático y pétreo que se repite a sí mismo. Por lo tanto está fuera del devenir que hay en la naturaleza. Afuera hay devenir, cambio; dentro del yo rígido hay permanencia. Una permanencia sin cambios y, por lo tanto, cercana a la muerte. Hudson pierde el yo de la permanencia, el yo invariable y, por el contrario, adquiere ahora otro yo, el yo de la metamorfosis. Una nueva identidad que puede ser varios "yoes" al mismo tiempo; un yo que puede ser otro yo humano u otro yo animal. Cuestiones muy profundas y ancestrales laten en esta experiencia. Hudson, un hombre que leía textos científicos de la naturaleza, un hombre bilingüe, culto, civilizado, siente y recuerda que "...al encontrarme con la estepa patagónica ahora sentí que yo pude haber sido en ese momento un animal...". Situemos esta afirmación en el contexto de la educación civilizada de aquel entonces. Desde esta posición, estaríamos ante un sujeto racional que se autodenigra al afirmar que, alguna vez, sintió que era un animal. Pero Hudson reconoce esta experiencia desde su autenticidad y sensibilidad de poeta. Reconoce que un posible efecto de la tierra o de la geografía es la transfiguración del sujeto humano; e incluso su eventual y momentánea conversión en animal.
El naturalista poeta cristaliza así un cambio de morada ética. Ética procede de ethos, lugar donde se habita. Ética es el sitio desde el cual se construyen e irradian valores y criterios de vida. La experiencia de Hudson es, en primer lugar, estética, sensible. Es una modificación de la percepción del propio yo y del espacio. Pero esta experiencia sensitiva también es el candil de otro modo de habitar la realidad. Acaso el principal sentido de esta nueva morada o casa ética donde habitar se exprese en un concepto plural de la afirmación del yo. Si el yo es metamórfico y puede devenir muchos "yoes", entonces conservar y proteger el propio yo es preservar muchos otros "yoes" a la vez. Si mi yo no es únicamente mi yo sino que puede ser otros, entonces la dignidad, la satisfacción en la realización, no sólo debe ser para mi yo. Debe socializarse. Porque cada yo es otros "yoes".
Por otra parte, el segundo sentido de la nueva morada ética que surge de la experiencia de Hudson ante el paisaje patagónico es el recuerdo del subyacente ser animal del hombre. Si mi yo puede transformarse porque mi verdadera identidad es la metamorfosis, el devenir, el cambiar, entonces aunque yo sea humano, puedo en algunos momentos ser animal. Humanidad y animalidad así se compenetran como dos pliegues de una única tela purpúrea [...].
Fuente: Esteban Ierardo, "Las potencias trascendentes del paisaje en las literaturas de Hudson y Sarmiento", conferencia pronunciada en ESPACIO Y ...Lugar Cultural, en la Ciudad de Buenos Aires, en el año 2002.
2 comentarios:
Mirtha,hoy parece que las odiseas tocan la piedra, el espacio y el silencio.
No sé si alguna vez pueda conocer la Patagonia, pero aquí en Bandelier (lo puedes ver en el abarrote de los Antojos) he sentido esa experiencia del silencio como espacio, no es soledad, es una tensión espacial que es habitada por el silencio: una memoria primitiva se despierta y en vez de sentir miedo,espanto o desolación, nos sentimos habitados por espacio.
Intangible, envolvente,absoluto.
El espacio no es lo que me rodea, soy espacio, una piedra más, pero consciente, segundo peldaño de la experiencia.
Un abrazo a la distancia,desde otras rocas.
Sergio Astorga
Qué bueno! La experiencia estética de Hudson es intuición pura, en el sentido que la piensa Otto Bollnow. Una experiencia de acceso a lo más profundo y originario; fusión momentánea, efímera, de lo separado para siempre.
Lo del nuevo ethos de Ierardo me pareció genial. Lo sentí muy próximo a lo que trabajé el año pasado en relación con la danza espontánea: "El espacio que abre la diferencia con el otro debería ser el lugar de una nueva danza –de un nuevo ethos-: una danza en la que nos conectemos sólo con lo enigmático del otro, ignorando nuestras pertenencias e identificaciones, des-conociendo nuestros mundos… haciendo mundos nuevos. La danza espontánea aparece así como paradigma de un ethos “poético”, en donde no importa comprender al otro sino simplemente co-existir con él más allá y más acá del sentido y de sus tramas".
Gracias, Mirta. está todo buenísmo!!
Andrea
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