Fermín Eguía

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"Fábula del pintor y el cangrejo" Ricardo Pligia
Cada vez que visito a Fermín Eguía en su taller de Belgrano me acuerdo de una historia que cuenta Ítalo Calvino en Seis propuestas para el próximo milenio. "Entre muchas virtudes, Chuang Tzu tenía la de ser diestro en el dibujo. El rey le pidió que dibujara un cangrejo.Tzu respondió que necesitaba cinco años y una casa con doce servidores. Pasaron cinco años y el dibujo aún no estaba empezado. Necesito otros cinco años, dijo Chuang Tzu. El rey se los concedió. Transcurrieron diez años, Chuang Tzu tomó el pincel y en un instante, con un sólo gesto, dibujó el cangrejo más perfecto que jamás se hubiera visto." El relato por supuesto es un tratado sobre la economía del arte. Es imposible (vamos a recordar al viejo Marx) medir el tiempo de trabajo necesario en una obra. Y por lo tanto es muy difícil definir (socialmente) su valor. ¿Cuánto tiempo, después de todo, emplea Chuang Tzu para dibujar el cuadro? En definitiva el relato es un tratado sobre el arte, por lo tanto sobre el tiempo perdido, la gracia y la paciencia. Quiero decir que es una historia sobre la forma: es decir sobre el cierre y sobre el carácter imposible de la terminación. Podríamos, por ejemplo, preguntarnos cómo habría narrado este relato Franza Kafka ( que era un maestro en el arte de la espera). Kafka contaría las promesas y las postergación incesante de Chiang Tzu. Los plazos son cada vez más largos pero la paciencia del rey no tiene límites. Los años pasan, Chiang Tzu envejece y está a punto de morir. Una tarde el anciano pintor que agonizaba recibe la visita del rey. Éste debe inclinarse para ver el pálido rostro del artista: con gesto tembloroso Chiang Tzu busca debajo del lecho y le entrega el cangrejo perfecto que ha dibujado hace años pero que no se ha atrevido a mostrar. Kafka nos haría suponer que para todos el cuadro es perfecto y está terminado para todos menos para Chuang Tzu. El arte e Fermín Eguía suscita todo el tiempo la sensación de inminencia y de la gracia; exhibe las imágenes de una realidad perdida que siempre estamos a punto de alcanzar. Sus cuadros, con sus cangrejos invisibles y su bestiario privado se ligan en silencio con el antiguo arte de la fábula y la narración. Su pintura nos recuerda a la vez el humor de Kafka y de los grandes maestros chinos, también hábiles en el arte del color. Texto para el catálogo de la exposición de Eguía Fermín en la galería Rubbers, septiembre de 1997. Buenos Aires.

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