Chillida Eduardo - "El peine del Viento"

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El lugar en el que se alzan las tres esculturas arboladas del Peine del Viento era ya hace 60 años el primitivo "yunque de sueños" del adolescente Eduardo Chillida. Como otros escolares donostiarras, Chillida hacía novillos los días de temporal para asomarse al mar, ensimismarse con las mareas y el viento encolerizados, para interrogarse sobre el enigma del horizonte, para preguntarse de dónde vienen las olas. Frente a quienes preferían el oleaje abierto desatado en el paseo Nuevo de la ciudad, "en la escala del naufragio", que dice el arquitecto Luis Peña Ganchegui, el tercero de los Chillidas optaba por el promontorio rocoso del final de la playa de Ondarreta, en el cierre del litoral urbano, un lugar más recogido, más a escala humana. Nunca abandonó aquel lugar, y aun ahora, que el artista vasco deambula perdido por su laberinto interior, persiguiendo una de sus ideas pájaros o, quién sabe, uno de aquellos balones imposibles de sus tiempos de guardameta, Eduardo vuelve al Peine del Viento incesantemente.
Este punto del litoral, principio y fin de la ciudad, rincón entonces de poetas anónimos y de parejas furtivas, muelle de pescadores en un tiempo anterior, es su hogar y su patria, el observatorio íntimo que ha compartido con su esposa, Pilar Belzunce, desde el Bachillerato y que siempre deseó transformar en espacio artístico habitable para entregárselo a sus conciudadanos. Porque ya en sus años de estudiante, antes incluso de pensar en la carrera de arquitectura, que cursó en Madrid y que abandonó en 1947, cuatro años después de iniciarla, el joven Chillida supo que conocía el "carácter oculto", la "voluntad de ser" de ese paraje. "Este lugar es el origen de todo. Él es el verdadero autor de la obra", ha declarado Chillida. "Lo unico que hice fue descubrirlo. El viento, el mar, la roca, todos ellos intervienen de manera determinante. Es imposible hacer una obra como ésta sin tener en cuenta el entorno. Sí, es una obra que he hecho yo y que no he hecho yo".

[...] Estaba atrapado por la idea de "habitar" artísticamente el promontorio rocoso del final de Ondarreta, conocía ya lo que llama "el aroma del camino", la "voluntad atemporal que encierra" el sitio, y continuaba fascinándose con las olas que penetran en la ciudad por la falda del Igueldo. "El mar tiene que entrar en San Sebastián ya peinado", bromeaba al contemplar cómo el viento sur levanta, ondula y riza la cresta espumosa de las olas que cabalgan impetuosas contra las rocas.

Revisar cronológicamente la serie Peine del Viento es un ejercicio que revela tanto la apasionada voluntad que animaba a Chillida —"al principio, apenas distingo la idea, pero cuando la capturo, ya no la suelto, ya sólo me queda dejarla madurar"— como las dudas que le asaltaron en el camino. Si el primer Peine del Viento, planos elementales de hierro ordenados en vertical, ofrece una sensación estática, el segundo despliega poderosos tentáculos que transmiten la impresión de fuerza y movimiento. En el Peine III, actualmente en la sede de la Unesco, en París, Chillida cierra los brazos y los condensa como si la acción del viento los hubiera fosilizado. Posteriormente, en abierta oposición, el escultor alza el vuelo en busca de lo etéreo, tratando de encerrar el vacío entre formas de raíces vegetales construidas con materiales tan livianos como la plata y el acero inoxidable. En ese punto, Chillida comprueba que se ha apartado del camino y vuelve sobre sus pasos retomando la densidad del hierro y del granito. Por influencia probablemente de Brancussi, a quien conoció en la capital francesa, el escultor vasco dota a sus últimos Peine del Viento de potentes pedestales, elemento que desechará al final para enraizar su obra directamente sobre las rocas.

[...]De día, cuando la herrumbre que cubre las esculturas reluce como polvo dorado al sol, es costumbre que los paseantes se apoyen sobre el brazo horizontal de la pieza engarzada en la roca de tierra para divisar la escultura atravesada por la línea del horizonte. El observatorio particular de Chillida se ha convertido en espacio artístico habitado, en una metáfora atemporal, en un mirador colectivo de la ciudad,

[…] "Los hombres somos de un lugar", ha escrito. "Es muy importante que tengamos las raíces en un sitio, pero lo ideal es que nuestros brazos lleguen a todo el mundo, que nos valgan las ideas de cualquier cultura. Los hombres somos como árboles con los brazos abiertos. Como soy de aquí, mi obra tendrá algunos tintes particulares, una luz negra que es la nuestra".

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1 comentario:

Anónimo dijo...

Es impresionante la fuerza de estas esculturas de Chillida!!! me encanta.
Andrea