La Utopía - Hugo Mujica

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La utopía -de Hugo Mujica-  
Comienzo con una cita de Kierkegaard. Dice la cita: ”Cada uno de los grandes hombres, lo fue en la medida en que era grande el objeto de su esperanza. Unos fueron grandes porque esperaron las cosas posibles, otros lo fueron porque esperaron las eternas, pero el más grande de todos fue el que esperó que se cumpliera lo imposible. La utopía fue enamorada de lo imposible. Todo lo que es ya, ha tenido su antes y ese antes cuando se hace presente se abre, es futuro. ”El tiempo es uno de los nombres de la esperanza. Todo rezuma imposibles. Todo ser desborda lo que es. Ese desbordarse es su más propio ser. La realidad no es pasado ni presente, es futuro, creación. En lo posible imaginado, se refleja el verdadero ser de las cosas, su situación entre la nada y la plenitud. Desde la nada y contra la nada, su ser posibilidad de ser. No sólo la noche, también el día se llena de sueños. Noche y día, el deseo aspira a hacerse realidad. Ensueña algo mejor, explora lo imposible. Emprende un viaje hacia la tierra prometida. La libertad aún no acontecida, lo que en sueños promete nacer real. El hombre y sus sueños. Soñar es su primera libertad. El hombre no está nunca enteramente en el hombre. Se imagina ser lo que no es, porque no puede ser solamente lo que es. El ser humano es siempre vísperas de sí. Habita más en lo que desea y espera, que en donde sí llegó. Constituye su presente y su identidad, no sólo recogiendo su pasado, sino y sobre todo, acogiendo imaginaria pero constitutivamente el futuro. 
A diferencia del animal, que apetece sin configurar el objeto de su necesidad, el hombre desea imaginando su deseo, representándolo, configurando, dando figura. La imagen, el sueño, acompaña a la necesidad, la llama desde adelante, la convoca y acrecienta con la representación de lo mejor, de lo deseable. El deseo es la necesidad trascendida, es lo humano. El que sueña rompe con el mundo de la necesidad, para afirmar el momento de la libertad, de la libertad creativa. Otro nos habla en el propio sueño, el que aún no somos. Hecho a imagen y semejanza de su Dios, el hombre imagina y en eso se asemeja a su Creador. Crea lo que imagina, da luz a lo que soñó. Antes de ser tiempo, el futuro se anuncia, es presentimiento, miedo o esperanza, regresión, mirada hacia atrás o aceptación confiada, camino hacia él, hacia lo que viene, la pesadilla o el sueño, el sueño como forma del desear y del imaginar, del salir de uno mismo, de realizar en eso lo humano. Ni la densidad de un muro ni la oscuridad de la plena noche limitan al hombre. El hombre sueña, su imaginación lo rebasa y esparce, lo trasciende. Escala o penetra muros. Enciende noche, franquea espacios. 

Allí donde un hombre sueña, se enciende la noche, se alumbra. La noche encendida al alumbrarse es el sueño. El alumbrar que abre a la noche y también al hombre, el sueño nos rebasa por dentro, nos llama de lejos. El hombre que soñó no es el mismo que se acostó. Soñar no es dormir, es transformarse, despertar en otro lugar. El sueño, anhelo y deseo, remite siempre a una tierra sólo de aliento, la posible forma de lo imposible. Ser de deseo, deseo de ser, el hombre busca lo imposible, coincidir con su sueño, ser idéntico a su identidad. La persona humana postula lo imposible y en ese imposible revela su humanidad, su ser siempre más allá de sí, su excentricidad, su no ser para sí, su propio lugar, no contenerse. Lo imposible es en él lo más propio, lo que lo desapropia de todo lo ya logrado, lo exilia de todo lo ya llegado, desde el exilio de lo que ya fue, hacia el siempre éxodo de lo que será. Las configuraciones de nuestra identidad no derivan sólo de nuestro presente y de nuestro pasado, sino de lo que esperamos en el futuro, del espejo frente al que nos inclinamos, pero advierto que no se agota nunca llegar. El hombre es un ser utópico. No tiene lugar, debe concebirlo. Abrir exterioridad a medida que avanza, y crearla para tener dónde ser. El mundo es siempre de la edad y de la medida de quien lo invoca. Ni la realidad tiene tamaño definitivo, ni el mundo es algo acabado. Ni la realidad, ni el hombre. La realidad no contiene su propia justificación, nos intuye, nos alberga con su propia apertura. Somos su posibilidad. Somos su libertad. En esa libertad cobra presencia una apertura. En lo así abierto se expone y expande la historia del ser humano, se introduce lo posible en lo real. La apertura de lo posible es un flujo sin reflujo, un ritmo que atraviesa y excede toda tierra colonizada. Imaginar es mantener abierto el campo de lo posible, abrir espacios en la interioridad del mundo, transparencias en la opacidad, desplegar la conciencia de límites, en conciencia anticipativa. A diferencia de la razón, siempre diurna, que descubre lo ya existente, lo suma o resta, la imaginación es vital, genera, salto cualitativo de lo que es hacia lo nuevo, salto que saltando dibuja lo que sea.  

El hombre suscita mundos arreglados en los bosques más espesos. Lo hace en la medida en que le es dado trascender lo ya existente, imaginar. El logos imaginario lo hace capaz de originar mundos, anticipar paisajes, poblar ideales. Expresarse a sí mismo en sus propias metas, llegar a habitar sus sueños. Creer es crear. La imaginación simbólica es la esencia del ser, de la posibilidad. Su potencia se actualiza obrando. Es creación. Su intención creadora es a la vez su dinamismo instaurativo. La voluntad de soñar y abrir espacios, consiste en primer lugar en rechazar la imagen de un mundo que sea irremediablemente lo que es, la realidad como destino de sí. La voluntad de soñar consiste en exorcizar la fascinación con lo inmediato, con lo cercano, lo cercano, como cerco que encierra, que separa. La voluntad de soñar consiste en exorcizar a la necesidad como capitulación del deseo, puesto que el hombre lo habita y construye, lo anima, el mundo puede ser siempre otra cosa que lo que es. La persona humana es la diferencia entre lo que es y lo que puede ser. La imaginación imagina siempre otra realidad, la posible y en esa no imagina, capta. Ve lo dado como dándose, dándose a modelar. Para la intuición utópica, lo objetivo es lo potenciable, no lo acabado. En la gramática de lo imaginario, en la conjugación entre la ausencia y la presencia, no existe el sustantivo, todo es verbalidad. Ver, vislumbrar utópicamente, es irrumpir hacia lo no pensado. El hombre es el portador de la fuerza de lo posible. La voluntad cuando instaura alternativas, cuando funda comienzos, cuando anticipa futuros, la voluntad cuando no se ciñe a ser la herramienta de la razón operativa, cuando es hija de las bodas del deseo y la imaginación, cuando es el gesto de un sueño, cuando crea una realidad, cuando inaugura formas, cuando abre lo cerrado, cuando obra en lo abierto, cuando siembra desiertos, pone al lado del ser más cercano, aún en la misma noche. Cada hombre sueña su sueño propio. Cada ser sueña solo. La utopía también es un sueño, pero ni mío ni del otro. Un sueño con otros.
 
 La utopía es la plural singularidad del sueño de una comunidad. Es el soñar un mismo sueño, que hace de los soñadores una comunidad, una comunión de deseos, una marcha de destinos, un destino, una misma destinación, que los pone en camino. Mueve el tiempo hacia una meta. Crea una historia. Camina. Escribe y describe sus pasos. Reúne. Utopía, etimológicamente hablando, es un lugar que no está, que no es. Pero no algo que meramente no es. Algo que aún no es. Un todavía NO, todavía NO pulsando en cada YA. Un lugar que no está, pero al que tendemos. Una ausencia que llama, que llama desde lo abierto, desde el espacio para una nueva fundación, una extensión que abre el sueño, un nuevo espacio donde despertar. El estado de las cosas no es incurable. Como una brisa diciéndose en un árbol, así, casi imperceptiblemente, un temblor de lo finito indetermina sus límites. La realidad es historia, no destino. Por encima de lo real, más alto, más hondo, está la posibilidad, la futura y la que lo antecedió antes de concretar ser realidad. Ontológicamente hablando la utopía es una realidad imposible, pero real. Una potencia en vilo, un NO-SER, preñado de SER. La utopía es la topografía del deseo. Es la diferencia no con relación a algo, con relación a siempre. Las utopías, como las catedrales románicas, no tienen autor, nacen desde una comunidad. Se elevan, emergen desde la comunidad a la que eleva. 

Como construcción imaginaria, la utopía es la geografía de un deseo, pero siempre de un deseo colectivo, un imaginario social. Es siempre paisaje de un mundo, como paredes de una celda. Es la simbolización en la que una sociedad se proyecta a sí misma y se da su propia representación. Referente de sí, en ese imaginario la sociedad se expresa, contempla y comprende. También se supera. Es toma de conciencia de sí por medio de la imaginación, pero la conciencia de lo mejor de sí, de su esperanza, y aún por ser, y aún por dar, por nacer, o crear Creación de mundos, de valores o destinos, siempre para confluir, para congregar y vincular. El hombre vislumbra lejanías con la mirada, concreta lo cercano con sus manos. Lo cercano y lo lejano. Lo primero para realizar, lo lejano, lo otro, es a lo que no hay que renunciar. El ser humano es relación y separación, de todo y también de él. Si SER y ESTAR, POTENCIA y ACTO coincidieran, el hombre dejaría de soñar y en eso, de ser hombre, de ser posibilidad, apertura a lo otro, mismidad grávida de alteridad. El tiempo se sedimentaría espacio. El espacio contendría al tiempo, imagen de una tumba, densidad de la piedra, noche sin sueño, muerte o cosificación, anulación del devenir. Todo presente sin presencia de lo otro, de lo posible, cosificarse, dejar de ser posibilidad que es tomar la realidad como fatalidad. Totalidad cerrada ante la cual la alteridad es inconcebible, el afuera inexistente o existiendo como espacio sin perspectiva, fetiche de lo idéntico, inmovilidad de lo que gira sobre sí.  

La ideología es a lo secundario, lo que la idolatría a lo sagrado. Hace del medio un fin, congela. La utopía enciende la realidad, derrite lo congelado, devuelve la fluidez, inunda de futuro al presente. La existencia tiene, puede tener gradaciones. Desde la escena de lo imaginario, lo mismo la utopía, la mística y el arte, desde la fecundidad está vedado el pacto con la ideología de lo establecido, la amnesis con la cristalización del poder que se proclama objetividad. La utopía es un concepto fronterizo, límite. Está entre lo que es y lo que no es. Deslinda lo mejor de lo bueno, lo aún por ser de lo que no es, no es, pero dentro de lo que es, es su función por ser, es su configuración. La primera palabra, la tácita orden de ejecución de un sueño, de una esperanza, de una utopía es NO. El NO a lo YA, a todo YA y AQUÍ. El NO de la crítica que es el SÍ de la esperanza. El NO que es preludio del SÍ a la posibilidad. La utopía es siempre una crítica, crítica y crisis del orden existente. Es un sueño que despierta, cuestiona y enjuicia. Abre brechas en la actuación fatalista del poder constituido, en la dictadura de la facticidad. 

Abre distancia, perspectivas inéditas, salta. La crítica deconstruye, socava, allana. La utopía puebla, abre los espacios devueltos a lo abierto. Una utopía no es sólo un sueño, sino un sueño que aspira a realizarse. Una pulsión de más realidad La utopía se dirige a lo real, lo concreto. Trata de alterar esa realidad, preñarla de sueños y hacerse realidad. Su sueño cuestiona, es vigilia. Cuestiona incluso, y sobre todo con su imposibilidad, pero esa imposibilidad misma desemboza por contraste la imposibilidad de vivir en la realidad en que se vive, las realidades de las que soñamos, de las que nos queremos liberar, trascender. La utopía como ideal es un imposible que revela las virtualidades adormecidas en las entrañas de la realidad, su reserva de añoranzas y anhelos. Llama a ecuchar las latencias , los posibles, llama a despertar, a corporeizar mañana. Todo hombre jugó como niño, jugó a ser hombre. Toda quietud, es quietud en movimiento. La realidad, síntesis proyectada es la intersección del presente de una comunidad que habita lo que deseó y desde ese habitar desea lo por llegar. Horizonte en tanto horizonte, niega siempre la posibilidad de cualquier y cierta colonización. La utopía, ideal representado, no quiere instaurar su identidad lograda, clausurarse, sino estimular el dinamismo de lo posible. No pretende llegar, sino señalar. Podríamos decir que es un posible que se desvanece en lejanía, pero hacia allí , hacia donde desaparece, aparece el camino a recorrer.  

Quizás no pueda revertir una situación, pero saca de ella, forja rumbos, moviliza, conduce a un sin fin, un alba. Las utopías, las tantas en torno a las que cada época articuló sus sueños, nacen, crecen y mueren, son formas de la vida. Imágenes en las que por un tiempo se mora, moradas en el alterno juego de la escisión y de la identidad, utopías de sueños y figuras de otros sueños. Alcanzar el horizonte, el sueño de un llegar que no sea partida, el paraíso recobrado o la tierra prometida. Las utopías se encienden y apagan, testigo de un desgarramiento entre la fugacidad de toda imagen y la perennidad del sueño que buscaron encarnar. Testimonio y realidad de la totalidad de la cultura, de la mediación perpetua entre el sueño humano y su insoslayable finitud. La finitud a la que no se puede renunciar, el don de la brevedad, la revelación de lo frágil que nos obliga y nos regala imaginar. El hombre es su conciencia de sí. Sin embargo, tenemos conciencia de haber sido más nosotros mismos, en los momentos en que librados de los límites de la conciencia, pudimos soñar, cuando fuimos más y otros, cuando un sueño nos iluminó. Cada vez que una época deja de soñar, ya no despierta, duerme su sueño sin sueños, sueño gregario, el mismo que todos, pero aislado en cada uno, diferente a nadie, y diferente a todos. Cuando se extingue su pasión por lo posible, cuando la imaginación no imagina esperanzas, esa época deja de ser humana. Ha claudicado de su esencia utópica, ha amputado su impulso deseante, su deseo de desear, ha comenzado a morir. Para modificar, combinar y variar lo que se tiene, hay que saber con lo que se cuenta. Basta calcular, pesar y medir. Para transfigurar la realidad, darle la forma de una novedad, hay que contar con lo que no se tiene, mirar hacia lo que no se ve, dar el salto hacia lo imposible, y no sólo el paso, el cálculo sobre lo que ya es. Nada más.

 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡¡Qué maravilla esto que logra Mujica: darle vida poética a los conceptos!!
Gracias, Mirta, por tus regalos! (Siento a éste como propio)
Andrea

celca dijo...

Es difícil de comprender que alguien que proviene de la iglesia, y reivindique tan magistralmente el deseo como utopía. '' Mismidad grávida de alteridad'',esto si que es una utopía. El día que esta idea sea una realidad, otra va a ser la sociedad humana.
osvaldoraulsosa@yahoo.com.ar