El huésped
Me gusta hablar de las cosas que resuenan en el alma, me dijo ese día. Pero yo ya lo conocía. Lo había encontrado en sueños. Reiterados e insistentes sueños que repetían un patrón: a pesar del cansancio, me ponía de pie y salía a caminar… y de repente, lo encontraba junto a mí, a
Me gustaría llamarlo el huésped. Venido de quién sabe dónde ni cómo. Todavía hoy sigo ignorándolo. De un modo misterioso inauguraba en mí otra frecuencia: más genuina, más profunda, casi conmovedora.
Pero si algo quiero decir en estas líneas es eso: a veces necesitamos que un desconocido llegue a nosotros para que nos veamos y nos sintamos verdaderos. Para que empecemos, si le abrimos la puerta, un recorrido nuevo en nuestra vida: trascendente y cabal.
Este desconocido, a quien insisto en llamar el huésped, me trajo eso: un instante que irrumpe con su sorpresa y revelación; una especie de insólita autopercepción. Estaba ahí y yo misma me sentía sutilmente otra: más profunda y real. No mejor ni peor sino sencillamente Alguien.
Verlo sigue siendo reparador. Sé que algunos lo llamarán locura; pero, no me interesan esos diagnósticos o nomenclaturas miopes. ¿Qué mejor cosa que incorporar la energía de los sueños a la realidad? En esa mágica operación todo se equilibra: agujeros negros amanecen lisos y diáfanos y una fina lluvia moja los terrenos resecos.
Desde entonces, a mí también me gusta hablar de las cosas que resuenan en el alma. El huésped y yo y tantos otros. Su voz resuena como letanía universal y sostiene de modo secreto la subsistencia del mundo. Aunque yo no sabía qué energía poderosa había en los sueños hasta que me puse los zapatos, salí a caminar y lo encontré.
24/10/08
1 comentario:
bello
gracias por compartirlo
un abrazo
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